El tiempo de los monstruos

Por Ray Acheson, directora del programa de desarme de WILPF Internacional, Reaching Critical Will (texto original en CounterPunch)

Foto de Alessandro Benassi en Unsplash

En Fire Weather, el autor John Vaillant describe el “Problema de Lucrecio”, un fenómeno en el que las personas pueden tener toda la información sobre lo que sucede y aun así no comprender qué está sucediendo. La gente tiende a percibir la realidad dentro de los límites de lo que ya ha experimentado y se esfuerza por comprender el peor de los escenarios incluso cuando se desarrolla a su alrededor. Vaillant, al escribir sobre el incendio de Fort McMurray en Alberta, Canadá, en 2016, habla del creciente potencial destructivo del fuego debido a la crisis climática, la industria de extracción de combustibles fósiles y los cambios en los materiales y métodos de construcción de pueblos y ciudades. El concepto es igualmente aplicable a la devastación que está causando el nuevo régimen político estadounidense.

El New York Times, por poner solo un ejemplo, usó su newsletter matinal del 6 de febrero para describir las primeras semanas de Trump en el cargo como relativamente débiles, enfocándose principalmente en la reversión de aranceles a Canadá y México. El boletín solo mencionó brevemente las órdenes ejecutivas dirigidas a eliminar inmigrantes y personas trans, y no mencionó en absoluto que los tecnócratas y los incels (célibes involuntarios) están descontrolados en los pasillos del poder bajo el mando de Elon Musk (no electo), obteniendo acceso sin precedentes a los sistemas de pago de la Seguridad Social, cerrando agencias y despidiendo trabajadores federales, y, a estas alturas, quién sabe qué más. Como señaló la periodista Parker Molloy: “Si esto estuviera ocurriendo en cualquier otro país, lo llamaríamos por lo que es: un golpe de Estado”.

Y, sin embargo, en ciertos sectores, el excepcionalismo estadounidense persiste. Muchos políticos y analistas de la corriente dominante siguen aferrándose a la idea de que “esto no puede pasar aquí”, que los “pesos y contrapesos” del sistema prevalecerán, incluso cuando las instituciones en las que dicen creer están siendo incendiadas metafóricamente. Estas mismas personas también se niegan a asumir la responsabilidad de haber construido la estructura sobre la que se llevan a cabo estos actos de fascismo, al haber alimentado durante décadas las máquinas de vigilancia, fronteras, deportación, encarcelamiento y guerra.

Pero dejando de lado el “Problema de Lucrecio” liberal, debemos centrarnos en—y explotar—el mismo fracaso de imaginación de los fascistas que lideran el golpe.

Como señala el escritor John Ganz: “La idiotez total de Musk es estructural: se remonta al mismo origen del término griego idiotes, una persona que no puede comprender la vida política compartida de la ciudad. Estas personas no pueden entender que su riqueza y poder no son creaciones soberanas suyas, sino el producto compartido del Estado y la sociedad en general, que los apoya y sostiene”.

Vemos la misma idiotez estructural en la creencia de Israel de que puede bombardear, matar de hambre o llevar a cabo un genocidio para obtener lo que quiere en Gaza, Cisjordania, Líbano e Irán. También lo vemos en la arrogante creencia de Trump de que puede comprar o invadir Canadá, Groenlandia, el Canal de Panamá y ahora Gaza también, porque, ¿por qué no? La administración de Biden ayudó a Israel a destruir Gaza, ahora solo necesita deshacerse de esos molestos palestinos—y si hay algo en lo que es bueno, es en deshacerse de personas; ya está flexionando sus músculos de limpieza étnica al enviar inmigrantes a la Bahía de Guantánamo y quizás a la notoriamente brutal mega-cárcel de El Salvador.

Un impulso destructivo alimenta al otro. La idiotez estructural se nutre de la falta de consecuencias. Cuanto más puedan salirse con la suya Trump, Musk o Netanyahu, más invencibles se creerán.

Un impulso destructivo alimenta al otro. La idiotez estructural se nutre de la falta de consecuencias. Como el incendio de Fort McMurray descrito por John Vaillant, las llamas y el calor se intensifican cuanto más arde el fuego. Cuanto más puedan salirse con la suya Trump, Musk o Netanyahu, más invencibles se creerán. El apoyo de EE.UU. a Israel y el fracaso del mundo en detener su genocidio contra los palestinos nos perseguirá; como advierte Tariq Kenney-Shawa: “Cuando los niños pueden ser asesinados por francotiradores a voluntad, cuando los hospitales y los periodistas son aparentemente objetivos legítimos, cuando un ejército puede declarar póstumamente a sus víctimas como ‘terroristas’ sin necesidad de pruebas y aun así recibir financiamiento y apoyo incondicional de los defensores del supuesto orden internacional basado en reglas, entonces todos somos arrastrados de vuelta a un punto de nuestra evolución que creíamos haber dejado en el pasado”.

El perdón a los insurrectos del 6 de enero también nos perseguirá—no solo se eliminaron las consecuencias para esos aspirantes a golpistas, sino que ahora están intentando perseguir a quienes los procesaron y buscan reparaciones por su encarcelamiento temporal. Es como los hombres que demandan por difamación después de ser acusados de agresión sexual—el mensaje es de intimidación y dominio: “Tengo permitido abusar de ti, y si intentas detenerme, arruinaré tu vida”. Es una forma de sadismo, como explica Judith Butler, una celebración de un cierto tipo de masculinidad que “se disfraza de libertad, mientras que las libertades por las que muchos de nosotros hemos luchado durante décadas son distorsionadas y reprimidas como una supuesta ‘wokeidad’ moralmente represiva”.

La crueldad es la mentalidad de este régimen político estadounidense. El odio, el abuso, la humillación, la intimidación, el encarcelamiento y la violencia física son los pilares de los hombres que ocupan Washington D.C. Construida sobre las crueldades del imperio estadounidense que nos han llevado a este momento, la creciente criminalización de los migrantes, las personas trans y el aborto es solo el inicio devastador de la embestida de esta administración contra la vida y la dignidad humanas. No parece que los oligarcas que han tomado el control del país tengan un límite que no cruzarán; dado que gran parte de sus acciones desde que asumieron el poder han sido ilegales e inconstitucionales, no está claro hasta dónde llegarán o a quién dañarán o eliminarán en su búsqueda del poder absoluto, un poder que perciben como su propio Destino Manifiesto personal.

Pero nada es inevitable. Y como se ha demostrado con las capitulaciones de Trump en varios aspectos con Canadá, Colombia, México y en relación con su intento de congelar toda la financiación federal, incluso las cosas que ocurren pueden ser revertidas, retrasadas, mitigadas, frustradas. Debido a su idiotez estructural, Musk y Trump y sus seguidores no comprenden las consecuencias de sus acciones. “Su teoría del cambio parece ser que harán cosas y luego estarán hechas”, escribe Rebecca Solnit. “Como si estuvieran moviendo muebles, como si tú, yo, las comunidades trans e inmigrantes y los trabajadores federales y Canadá y México fuéramos solo sofás y sillas que se quedarán donde nos coloquen. Como si fuéramos objetos inanimados”. Pero esto, advierte, es un malentendido fundamental de la naturaleza humana.

Podemos asegurarnos de que haya consecuencias para el fascismo—si permanecemos en solidaridad unas con otras, si actuamos, si confrontamos su odio con amor por la justicia y por las demás.

Tenemos la capacidad de hacer que los fascistas sientan las consecuencias de ser fascistas. Podemos resistir, oponernos, ralentizar el proceso, desafiar cada orden. Muchas ya están haciendo este trabajo, liderados por comunidades inmigrantes, trans e indígenas. El daño masivo está ocurriendo y vendrá más. Hay un potencial revolucionario en este momento. Docentes en Chicago impidieron que ICE (el Servicio de Inmigración Estadounidense) ingresara a su escuela, estudiantes en Los Ángeles salieron de sus aulas para protestar contra la detención y deportación, centros escolares en todo el país han declarado que no acatarán las órdenes ejecutivas anti-trans de Trump, legisladores y comunidades locales están exigiendo responsabilidades a los hospitales por negarse a brindar atención de afirmación de género, y sindicatos han presentado una demanda para evitar que Musk tenga acceso al Departamento de Trabajo.

Se está provocando un daño masivo y aún queda más por venir. Pero este momento también tiene un potencial revolucionario, tanto dentro de Estados Unidos como en sus relaciones con otros países. Podemos asegurarnos de que haya consecuencias para el fascismo—si permanecemos en solidaridad unas con otras, si actuamos, si confrontamos su odio con amor por la justicia y por las demás.

Las últimas semanas han dado nueva vida a la cita de Antonio Gramsci: “El viejo mundo está muriendo y el nuevo lucha por nacer: ahora es el tiempo de los monstruos.” Como siempre, Gramsci tiene razón. Pero también, los monstruos son lo que hacemos de ellos. Aunque sus acciones sean monstruosas, los hombres que las llevan a cabo siguen siendo seres humanos. Debemos tener cuidado de no otorgarles el poder de los monstruos, de no concederles un estatus mítico e invencible. Son hombres. Pueden ser derrotados.

Las formas en que las culturas han contado historias sobre amenazas que toman la forma de monstruos ofrecen ideas clave sobre las consecuencias de la arrogancia y la avaricia: monstruos que surgen del desplazamiento o la eliminación de comunidades indígenas o negras, o de explosiones de armas nucleares; monstruos que echan raíces en la misoginia, la transfobia o el racismo; monstruos que crecen a partir de los propios miedos y odios de las personas, solo para volverse contra quienes los imaginaron en primer lugar. Hay innumerables maneras en las que el imperialismo y la maquinaria de guerra de Estados Unidos pueden contarse a través de relatos de monstruos, como lo articula tan bien W. Scott Poole en Dark Carnivals.

Pero los monstruos son muchas cosas. También pueden ser defensores, conciencia, resistencia. A lo largo de la historia social y cultural, muchas personas marginadas de la sociedad dominante—incluo personas queer, negras, indígenas y con discapacidad—han sido retratadas como monstruos. Nuestra marginación de la política y la economía convencionales nos ha convertido en líderes en la ayuda mutua, la educación popular, la resiliencia, el arte, la creatividad y la alegría. Nuestras luchas por la supervivencia son generacionales. Sabemos que hay altibajos en la forma en que somos tratados y percibidos, y que la única manera de ganar es luchando y solidarizándonos entre nosotros. Al igual que los kaiju que se alzan para enfrentarse a otros monstruos empeñados en destruir la sociedad, así nos levantaremos y resistiremos una vez más.

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